“Le parece ridícula e insultante esa normalidad al señor Machi, lo ofende y asombra esa gente simple gastando sus gestos rutinarios, serenos, apacibles en ese barrio cualquiera de casas bajas en el conurbano bonaerense…” (p.61)
Casi siempre, la mejor forma de narrar una situación compleja es desde la simpleza y la naturalidad. Justamente, esta última es la que hace creíble a todo el conjunto. Si un hombre es mafioso, corrupto, cocainómano, arrogante y déspota, tiene que serlo por completo, en cada una de sus acciones mínimas, y tiene que disfrutarlo.
El señor Machi goza siendo todo eso y probando nuevas formas de afirmarse en su poderío miserable. Es el tipo al que nadie contradice, al que ningún empleado quiere atender, por quien todos tiemblan, obedecen sin dudar, no preguntan. Es el personaje favorecido por la historia argentina, el que supo obtener y manejar cierta información para ascender pisando cabezas, y el que, desde la cima, se orina sobre los demás.
“Corren sobre el césped prolijamente recortado cada tres días por el ejército de jardineros. Corren junto a otros nenes idénticos a ellos, los amiguitos que sus padres les eligieron. Corren observados por cámaras estratégicamente ubicadas.” (p.202)
Sin embargo, todo esto es solo un reflejo que alcanzamos a saber a través de sus acciones, porque en esta historia lo que importa es cómo, de repente, un día, Machi rueda de un golpe hacia abajo, se cae de su propia montaña y pasa horas escalando con las uñas, subiendo poco a poco, sudando como nunca el vértigo, el llanto espástico del terror. Piensa, actúa, logra salir del pozo, se regocija, festeja. La trama lo espera y, cuando recupera la omnipotencia, lo vuelve a patear.
La tercera persona que narra, casi subida al hombro de Luis Machi, no le da nunca un respiro. Maneja la sucesión de hechos, entreverados con sus propios pensamientos, recuerdos y reflexiones, en una espiral que se teje tomando lineas de la propia historia nacional, sin enredarse, sosteniendo el registro simple, limpio y directo de un tipo como él.
“La mujer vuelve a sollozar. La tristeza se le derrama por dentro dándole una tranquilidad que no le dieron el whisky ni los calmantes. Se siente triste en un sentido romántico. Humillada, se siente, y encuentra en esa humillación que le queda algo de amor propio”. (p.111)
Machi, el macho intocable, sufre el castigo de la única justicia eficiente: la poética. Gracias a ella, las figuras anónimas de los muertos sin rostro se vuelven vengadoras: manipulan, esconden, mienten, torturan y vencen. Al final, solo resta aceptar que siempre tendrá un muerto esperando en el placar.
Kike Ferrari: Buenos Aires, 1972. Escribe en revistas y blogs literarios como el fanzine Juguetes Rabiosos, las revistas La Granada, Sudestada, Marea Popular, Cosecha Roja y Notas, Casa de las Américas, Vision y Fiat Lux, Sonámbula, Sigueleyendo y Hermano Cerdo. Autor de las novelas: Operación Bukowski, Lo que no fue, Punto ciego – en coautoria con Juan Mattio – y el libro de cuentos Nadie es inocente. En 2012 Que de lejos parecen moscas recibió el Premio Memorial Silverio Cañada a la Mejor Ópera Prima Criminar en la Semana Negra de Gijón.