Creo que la primera vez que mentí debía tener 4 o 5 años. En el preescolar jugábamos a la casita, supongo que a modo de curso introductorio sobre lo que se esperaban que fuese el resto de nuestras vidas. Yo era siempre la mamá, me ponía en plan sargento detrás del modelito de cocina de plástico y desde ahí impartía órdenes, sacudiendo en el aire un cucharón o una ollita color rosa. Me acuerdo muy bien de la secuencia: yo esperaba en la cocina a que llegara mi marido, el padre de mis dos compañeritos que oficiaban de hijos, un varón y una nena, el cuarteto perfecto de la familia tipo. Cuando se dignaba llegar, después de distraerse con algún juguete más de la cuenta, yo le servía a los tres la comida invisible y vigilaba, satisfecha, que comieran todo, inclusive los vegetales imaginarios. Todo resultaba muy armónico porque reproducíamos lo que pasaba en nuestras casas, aunque al segundo reto mis supuestos hijos se dispersaban, yo me empacaba, manoteaba las galletitas surtidas del plato de la merienda y me iba a comerlas a escondidas debajo de una mesa roja y bajita que estaba puesta contra un armario casi en la entrada de la sala. Uno de esos días alguien me buchoneó y yo, muy indignada, gateando para salir del escondite, respondí que no era cierto, que las galletitas desaparecieron, que seguro las tenía otro. Hablaba con la boca llena y la cara cubierta de migas.
El problema con las mentiras es que se instalan como cantos rodados, como paredes de adoquines acumulados con el tiempo y con la historia. Probablemente para la mayoría de ustedes la mentira en esa historia haya sido la desaparición de las galletitas. Puede ser, al menos la más inocente y graciosa. La otra, la mentira compleja y profunda, es la que decanta cuando te das cuenta de todos los modelos acartonados y estereotipos que te empujaban en la cabeza a los 4 años. Porque al final nunca hubo una forma de hacer las cosas, un “tipo”.
Ojalá, casi treinta años después, hayan inventado en los jardines de infantes alguna alternativa al juego de la casita, uno que nos enseñe a las nenas a dejar de esperar para empezar a ser esperadas.
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#noesficción